Ser exhibicionistas: esa gran pasión que compartimos mi chico y yo

Ser exhibicionistas: esa gran pasión que compartimos mi chico y yo

Por CAROLINA

He de reconocer que, desde que empezamos a salir, Pablo y yo hemos estado en un montón de playas nudistas porque nos encanta eso de tostarnos al sol sin nada encima.

En mi caso, no me gustan las feísimas marcas que dejan los bikinis, y en el suyo, disfruta mucho luciendo su trasero torneado en el gimnasio, y tampoco le importa presumir de buen rabo. Siempre que podemos, cogemos el coche y nos vamos a alguna playa cercana en la que podamos estar así, completamente desnudos, porque también nos pone bastante el tema de exhibirnos un poco. He tenido otras parejas antes y a todos les molestaba demasiado el que yo me desnudara en público, pero con Pablo es diferente. Él lo disfruta.

Sé que le pone muchísimo el ver cómo los otros hombres y algunas mujeres me comen con la mirada cuando estamos en la playa. Yo me luzco a propósito para provocarles, y para ponerle más cachondo a él todavía, porque me encanta lo burro que se pone. Muchas veces ha tenido que volverse a la toalla por la tremenda erección que le había provocado al juguetear con él. Pero aquel día fue distinto, porque nos dejamos llevar por completo y nos olvidamos del resto del mundo. Sinceramente, estábamos tan cachondos que solo queríamos disfrutar al máximo del momento, y lo que ocurriese a nuestro alrededor nos daba igual.

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Un día soleado que calentó más que la arena

Era verano y nos acercamos a una de las playas nudistas más concurridas de nuestra zona, que además era una de nuestras favoritas. Siempre había buen ambiente, aunque sin estar excesivamente llena, y nos encantaba estar rodeados de mirones que en muchas ocasiones eran totalmente descarados y no tenían problema en recorrerme el cuerpo con la mirada, incluso acercándose a veces a verme mejor con cualquier excusa. Aquel día, no sé por qué, estábamos especialmente entonados. Como siempre, nos pusimos crema el uno al otro para no quemarnos, pero yo sentí que Pablo lo hacía de una manera especial, como poniendo énfasis en algunas zonas, como mi culo o mis tetas. Se puso como una moto y yo también empecé a calentarme, tanto por el sol como por sus caricias.

El roce de nuestra piel desató la pasión

Así, poco a poco, nos fuimos calentando mucho más, rozándonos de vez en cuando, como el que no quiere la cosa, pero sabiendo que estábamos jugando a un juego muy peligroso. Era hora punta en aquella playa y había muchísima gente a nuestro alrededor. Un grupo de chicos jóvenes estaban a menos de tres metros de nosotros, justo por detrás, y también había algunos hombres solitarios, más mayores, cerca de nuestra posición. A nosotros no nos importaba. Nos besábamos cada vez más intensamente y llegó un momento en el que estábamos tan juntos que empecé a masajear su miembro, que por entonces ya estaba bastante duro. Me encantaba poner así de cachondo a mi novio, y disfrutaba muchísimo de las cosas que me decía al oído. Sabíamos que estábamos rodeados de gente, pero nos daba igual.

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Nos olvidamos de la gente alrededor

Y claro, pasó lo que tenía que pasar. Estábamos demasiado cachondos como para no caer en la tentación, y nos dejamos llevar por completo por la pasión. Los besos dieron paso a las caricias, y de ahí llegamos al sexo en esta playa, siempre en la toalla, a la vista de todo el mundo. Primero lo hacíamos lentamente, como con miedo a que nos descubrieran, aunque era evidente lo que estábamos haciendo. Yo recostada de lado, con Pablo penetrándome desde atrás. Estaba tan cachonda que pronto me olvidé del resto del mundo y empecé a pedirle, casi a gritos, que me diera más fuerte. Estaba como loca y él también, así que seguimos y seguimos, cada vez de una manera más intensa. Incluso durante un rato me puse a cabalgar sobre él, luciendo mis tetas y con la cara más cachonda que pude, para deleite de todo el que nos miraba en la playa.

Al final de esta experiencia se nos hizo imposible no repetir

No fue nuestro polvo más largo, la verdad, porque los dos estábamos muy calientes y lo que queríamos era aprovechar el momento y disfrutar. Me corrí cayendo sobre mi chico y el terminó poco después. Así nos quedamos, recostados juntos durante un rato, mientras entendíamos que lo habíamos hecho delante de todo el mundo. Había quien no nos quitaba ojo de encima, y otros habían preferido marcharse. Peor para ellos. Cuando volvíamos a casa comentábamos la locura que habíamos hecho, sabiendo que no sería la última vez. Desde entonces hemos repetido en otras muchas ocasiones, en esa misma playa y también en otras cercanas. Sigue siendo muy salvaje eso de hacerlo delante de los demás, y nuestra vena exhibicionista queda totalmente satisfecha.