Relato caliente de dos chicas voyeuristas en el vestuario de un gimnasio

Relato caliente de dos chicas voyeuristas en el vestuario de un gimnasio

Por CAROLINA

Hay algo morboso y muy caliente en observar a otras personas desnudas, incluso cuando su intención no sea nada sexual. Todos hemos tenido experiencias en los vestuarios, o hemos soñado con tenerlas. A veces, para que esos sueños se cumplan, solo hay que poner un poco de nuestra parte, como hicieron Marta y Sara, una pareja de morbosas vouyeristas que descubrieron su mutua pasión en un vestuario femenino. Nos lo cuenta Lidia, de Pamplona, que fue testigo de todo ello.

En aquel gimnasio el vestuario femenino era bastante amplio y las chicas no tenían muchos reparos en pasearse medio desnudas por allí, y a veces incluso sin nada encima, lo cual podía ser un poco problemático porque la puerta podría abrirse perfectamente en cualquier momento, y ellas quedaban expuestas. Yo solía ir a las duchas y de allí, salía con mi toalla encima. Pero había otras chicas que simplemente se paseaban desnudas, supongo que orgullosas de mostrar sus cuerpos. Solían ser las más guapas, las más estilizadas y las que mejores curvas tenían.

Y entre todas ellas, había dos que siempre me llamaban la atención. Una era pelirroja, con un cuerpo exuberante y seguramente algún kilo de más, que ella también llevaba con orgullo. Se llamaba Marta y solía venir por las tardes. Era de las que no tenía problema en mostrarse desnuda ante las demás, porque parecía encantarle eso de ver a las demás sin ropa. Me fijaba en su manera de mirarlas y de morderse el labio, algo que me parecía bastante delatador.

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El encontronazo en los vestuarios

A la otra chica la conocí aquel día. Por lo visto, se llamaba Sara y era una preciosa jovencita que no pasaría de los 22 o 23 años, morena y con el pelo rizado. Tenía un cuerpecito mucho menos exuberante que el de Marta, pero su mirada era de un verde imposible que transmitía muchísimo. Precisamente la pillé mirando a las demás chicas como lo hacía Marta. Ella no se desnudaba del todo y parecía mucho más tímida, pero desde luego, no tenía reparos en repasar de arriba abajo el cuerpo de las chicas que se paseaban por el vestuario. Y claro, pasó lo que tenía que pasar. Marta y Sara se cruzaron y se miraron mutuamente. No necesitaron decir una sola palabra para entender que a ambas les apasionaba el voyeurismo.

Cruce de miradas

Allí en medio de los cuerpos exuberantes de las chicas del gimnasio, ambas entendieron que estaban en el vestuario por lo mismo. Que tenían esa misma pasión por ver a sus compañeras sin ropa, y que les ponía muy cachondas todo ese ambiente de desnudez y sensualidad que se respiraba allí. Yo observé aquel cruce de miradas desde enfrente, mientras tardaba más de lo habitual en cambiarme. Creo que la situación también me estaba poniendo un poco cachonda, y quería ver cómo se solucionaba aquello, porque estaba claro que entre las dos empezaron a saltar chispas desde aquel mismísimo primer momento. No tardé en obtener mi respuesta.

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Marta hace señas a Sara para ir juntas a la ducha

Marta, la más atrevida y veterana seguramente de las dos, notó que Sara también se había dado cuenta de que estaban allí por lo mismo. Ni corta ni perezosa se desprendió de  su sujetador deportivo, dejando al aire sus imponentes pechos, y le hizo una señal casi imperceptible con el rostro a Sara para que la acompañara. La jovencita terminó de desnudarse y se fue para las duchas siguiendo a la pelirroja. Apenas quedábamos ya unas pocas chicas en el vestuario, pero sabíamos perfectamente que allí iba a pasar algo más que una simple ducha. Algunas se marcharon. Otras nos quedamos esperando, holgazaneando un poco más, como quien no quiere la cosa, para confirmar nuestras sospechas. Y las chicas no tardaron mucho en darnos lo que buscábamos.

Besos apasionados y una aventura caliente e inolvidable

Ninguna de nosotras se atrevió a pasar a las duchas después de que Marta y Sara entrasen casi juntas, porque sabíamos muy bien lo que iba a pasar allí. Nos quedamos en la parte más amplia del vestuario, donde no tardamos en escuchar los primeros besos y gemiditos, mientras el agua casi no podía acallar todos esos sonidos. Las chicas se lo estaban montando allí mismo y aquello acabó por ponerme verdaderamente cachonda. Se oían sus voces acompasadas mientras gemían, e incluso en un momento dado, una de ellas empezó a gritar algo más fuerte de la cuenta, de una manera inequívoca. Aquellas dos chicas vouyeristas se habían encontrado en el lugar adecuado y en el momento más caliente, y habían dado rienda suelta a su pasión. Reconozco que esa misma noche, ya sola en casa, me masturbé a gusto pensando en la situación que había vivido en aquel vestuario.