Pillados en la piscina: relato de una noche de sexo en grupo muy salvaje

Pillados en la piscina: relato de una noche de sexo en grupo muy salvaje

Por CAROLINA

Dicen que la Universidad es probablemente el mejor periodo en la vida de una persona, puesto que es cierto que uno ya se ha hecho adulto y tiene más responsabilidades, pero la vida todavía no le ha machacado con las presiones del trabajo y la familia. Solo tienes que estar pendiente de las notas, del estudio, y tampoco es que tengas que matarte, porque al final cada carrera es un mundo y te lo puedes tomar con mucha más tranquilidad. De hecho, esos años de juventud son los que más se tienen que disfrutar, o así al menos lo entiendo yo. Mi experiencia en aquella época me dice que hay que saber pasarlo en grande y no estar solo pendiente de los estudios y la Universidad. Que hay que aprender también a salir y disfrutar, antes de que sea demasiado tarde.

Yo he conocido a mucha gente en la Universidad, y algunos de ellos son mis mejores amigos a día de hoy, chicos y chicas con los que tuve mucha complicidad en aquella época, con los que viví los agobios de los exámenes, la crueldad de los suspensos y la alegría de las buenas notas. Con ellos he vivido  un millón de aventuras, pero hubo una especialmente memorable, la que tuvo lugar durante nuestro segundo año en la facultad, cuando decidimos irnos de viaje todos juntos a pasar el finde en un hotel rural de la sierra, y pasó lo que tenía que pasar cuando hay un grupo de chicos y chicas jóvenes y atractivos que quieren experimentar cosas nuevas. Aquella experiencia nos marcó, y hoy quiero hablar de ella, para no guardármela para mí sola.

Una excursión con los compis de la universidad

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El grupo que solíamos juntarnos en clase estaba conformado por cinco chicas y tres chicos. Almudena era la más exuberante de todas, una rubia con unas curvas cien por cien naturales que además siempre potenciaba con unos escotes de vértigo. Los chicos se la comían con los ojos, y ella lo disfrutaba. Daniela tampoco se quedaba atrás. Era rubia, como su amiga, aunque con el pelo más corto y rizado. Sus pechos no eran tan grandes, pero su culo era un auténtico monumento. Lucía era novia de Daniela desde el instituto, y era la más bajita de todas, pero lo suplía con unos ojos preciosos que volvían locos a los hombres antes de saber que era inalcanzable. Carmen era la más alternativa de las cinco, una chica con el pelo medio rapado, tatuajes por todo el cuerpo y unas tetas pequeñitas pero bien puestas. Tenía pinta de ser muy viciosa en la cama, y eso también ponía calientes a los chicos. Y yo, Sara, puedo presumir de mis ojos verdes, mi melena pelirroja y mis curvas que, sin ser muy grandes, tienen un buen tamaño.

Los chicos son Alberto, Joaquín y Jaime, tres morenazos de gimnasio que apenas se distinguen entre sí en lo físico, porque todos están muy fuertes y tienen unos cuerpazos de escándalo. Joaquín es un poco más alto que los demás, y Alberto no lleva barba. Por los demás, los tres parecen clones, y se las dan de ligones, aunque nosotras siempre hemos pensado que es más de boquilla que otra cosa. Aquel fin de semana decidimos ir a la Sierra, a un precioso hotel rural con piscina y todo. Fuimos en dos coches y cogimos tres habitaciones, dos triples, para la mayoría de las chicas y para los chicos, y otra doble para Daniela y Lucía, que por supuesto, iban a dormir juntas. El hotel tenía todo lo que uno podría soñar para pasar un buen fin de semana, una barbacoa, varias habitaciones muy bien distribuidas…

Mucho alcohol y ganas de hacer locuras

Al llegar al hotel nos repartimos las habitaciones y salimos a comprobar cómo eran los alrededores. No parecía haber mucha gente hospedada allí ese fin de semana, cosa que nos encantó porque así tampoco tendríamos que lidiar con los típicos aguafiestas que siempre están pidiendo silencio a los demás. Después de cenar, aquella noche nos bajamos a la piscina, que tenía a su lado una mesa con unas cuantas sillas para tomar el fresco, y allí empezamos a beber y a fumar cachimba. Hacía bastante calor, y los chicos solo iban con el bañador puesto. Nosotras nos quedamos al final también en bikini, porque se estaba mucho más cómodo. El alcohol empezó a hacer mella y los temas de conversación eran cada vez más calientes, hablando sobre nuestras experiencias sexuales previas, sobre quién nos gustaba…

La piscina: el lugar que nos encendió a todos

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La temperatura seguía subiendo, y nosotros estábamos cada vez más calientes. Decidimos darnos un chapuzón para refrescarnos un poco, y en el agua empezamos a jugar. Alberto vino hacia mí para hacerme una ahogadilla, pero pude zafarme cuando le quité su bañador, dejando libre su pene, que me sorprendió por lo grande que era. Las demás chicas me imitaron, y cuando todos los chicos estaban desnudos, les hicimos salir para verles con las pollas al aire. Sentados en el borde de la piscina, no aguantamos demasiado y empezamos a chupárselas. Lucía y Daniela se daban placer la una a la otra, y aquello ponía aún más cachondos a los chicos. Yo estaba con Alberto, y cuando me quise dar cuenta me desnudó por completo y empezó a penetrarme desde atrás. Podía ver como los demás también estaban haciéndolo en la piscina, Joaquín con Carmen y Jaime con Almudena, que no paraba de gritar.

Un recuerdo muy picante que tenemos para siempre

A estas alturas ya no nos importaba absolutamente nada, ni siquiera que nos pudieran pillar en aquella situación tan embarazosa. De hecho, creo que pude ver como desde la ventana de una de las habitaciones del complejo alguien nos observaba. Lo dejé pasar y desee que disfrutara del espectáculo, porque en ese momento aquello era ya una auténtica orgía, con Jaime y Alberto penetrando juntos a Almudena, que parecía insaciable, y yo haciéndole sexo oral a Carmen mientras ella se la chupaba a Joaquín. Fue una experiencia absolutamente inolvidable, una auténtica locura que nos marcó a todos, tanto que todavía nos seguimos viendo, cada cierto tiempo, para seguir recordando aquella experiencia… y repetirla ahora con más conocimiento si cabe.